jueves, 19 de abril de 2007

EL COMBATE DE RÍO BAMBA

En el año 1821, después de la batalla de Bomboná, se encontraba el general D. Simón Bolívar en Popayán, abocado a la tarea de preparar una expedición sobre la provincia de Pasco, donde todavía se hacía gala de fidelidad a la corona Española. Desde su cuartel general envió el general D. Antonio José de Sucre - derrotado poco antes en Huachi - una pequeña fuerza para que, juntamente con los salvados del desastre y los voluntarios que pudiera reunir, avanzara sobre Cuenca, con la idea de converger luego sobre Quito, bastión realista del Norte, cuyas fuerzas se encontraban a las ordenes del general D. José Aymerich, quien había tomado el mando a la muerte del capitán general Murgeón. Imposibilitado Sucre de cumplir la orden recibida por falta de efectivos, reiteró sus pedidos de socorro al General San Martín, haciéndole notar la importancia que tenía para la causa de América, una victoria aplastante sobre los españoles que ocupaban aún Colombia. El Gran Capitán, en la convicción de que sólo con una colaboración sin reservas podría obtenerse el triunfo dispuso que el general Juan Antonio Álvarez de Arenales, que desempeñaba a la sazón como presidente del departamento de Trujillo, marchara con una división de las tres armas que acababa de organizar, a reunirse con Sucre. Habiendo renunciado al mando el heroico vencedor de la Florida y de Pasco, por hallarse su salud lo suficientemente quebrantada como para impedirle iniciar una empresa de tales proporciones, el Libertador designó, para mandar esa fuerza, al general D. Andrés de Santa Cruz, entre cuyos efectivos se encontraba el Primer Escuadrón de Granaderos a Caballo de los Andes, al mando del sargento mayor Juan Galo de Lavalle. Concentró Santa Cruz sus unidades en la ciudad de Piura el 18 de enero de 1822, donde aprovechó para remontar la caballería; dentro de los escasos medios de que disponía, completó el aprovisionamiento de municiones y rompió la marcha hacia el norte cruzando por Marará y Curiamanca; se apoderó de la provincia de Loja sin resistencia y fue a reunirse con Sucre en Saraguro, el día 9 de febrero, donde las fuerzas libertadoras sumaron un total de aproximadamente 2000 hombres. Por su parte, Aymerich había destacado desde Quito una vanguardia fuerte de 1500 hombres de las tres armas, al mando del general D. Nicolás López, con la misión de contener el avance del enemigo y hostilizarlo, pero con la orden de no empeñar combate, sino en caso de que la victoria se presentara segura. Ante la superioridad numérica de los liberales, el jefe español que se había establecido en Cuenca, se retiró hasta el Cañón, lugar situado en el Valle de Río Bamba. Desde Saraguro marchó Sucre sobre Cuenca, localidad que ocupó el 27 de febrero, donde resolvió esperar los refuerzos que le había prometido Bolívar, y dar los últimos toques a la organización de los efectivos con que contaba. Como no llegaron los ansiados refuerzos hasta el 28 de marzo, rompió la marcha en dirección al enemigo, llevando como vanguardia el escuadrón de granaderos y los dragones de Colombia, al mando del jefe de éstos coronel D. Diego Ibarra - sobrino de Bolívar - quien a su vez, destacó como punta de caballería al teniente de granaderos D. Manuel Latus con 25 hombres. A este bizarro oficial le cupo el honor de tomar parte en el primer hecho de esta campaña, en el cual sableó y puso en fuga a un escuadrón realista fuerte de 120 hombres. Siempre siguiendo a las tropas de su majestad, Sucre faldeó la cordillera occidental y descendió al Valle de Río Bamba el 21 de abril de 1822, en el otro extremo del cual se encontraban los españoles con la caballería al frente, adonde habían llegado en su retirada y sin ninguna intención de librar la batalla que, seguro del triunfo, quería provocar el futuro mariscal de Ayacucho. Con el objeto de efectuar un reconocimiento del terreno, el general colombiano destacó al sargento mayor Lavalle con su escuadrón. Marchó éste en dirección a la pequeña villa que lleva el nombre del valle, y después de atravesarla, se situó detrás del mamelón próximo a los arrabales de la misma. En esos momentos la caballería realista, compuesta por cuatro escuadrones que totalizaban cuatrocientos ochenta hombres y mandaba el general Tobías, inició un avance en cuatro columnas paralelas, siguiendo un callejón que, bordeado por dos barrancas de regular altura, se iba haciendo cada vez más angosto a medida que se aproximaba al caserío, razón por la cual la caballería española se vio precisada a disminuir su frente. No contaba el general ibero con el valor indomable y el rápido golpe de vista del adversario que tenía a su frente el cual, cuando ya tenía a pocos metros al enemigo, mandó tocar “a degüello” y cargó al frente de 96 granaderos que, pocos instantes después, cruzaban sus aceros con los veteranos de la península, obligándolos a retirarse, no sin ver caer antes a muchos de sus más valientes soldados. Enardecidos por la victoria, los granaderos persiguieron y acuchillaron a los vencidos hasta tiro de fusil de sus posiciones de infantería, desde las cuales se les hicieron algunos disparos inútiles, que más parecían la última protesta de una dominación que se extinguía. Mandó formar “Guerrilla Colorada” a sus valientes y regresó al tranco en dirección a la villa como si estuviera realizando una de las más usuales marchas de instrucción. Avergonzado el general Tobías por la incomprensible derrota rehizo sus escuadrones y después de arengarlos, los puso a la carrera contra la retaguardia de los granaderos. Lavalle escuchó el tronar de más de mil cascos que roturaban el valle y el clamor de cuatrocientas gargantas que clamaban venganza, pero ni siquiera volvió la cabeza, haciendo gala de estupenda serenidad. El coronel Ibarra que no ha perdido detalle de la acción se acerca a Sucre y le dice acaloradamente: - ¡Mi general, déjeme V.S. ir con mis “Guías” en protección de los granaderos y le respondo del triunfo !- El general colombiano lo mira severamente y muy a su pesar, pues no quería iniciar en esos momentos una acción general, le responde: - El comandante Lavalle ha querido perderse, que se pierda solo...- Angustiado al ver a su camarada en trance tan difícil, el joven y valiente coronel, dando muestras de un elevado sentimiento de camaradería exclama: - ¡ Como se pierde un escuadrón tan valiente !, mi general, permítame V.S.... Nuevamente lo mira Sucre y, con una calma propia de su espíritu espartano le contesta: - ¡Coronel Ibarra, aquí el único responsable soy yo; pero vaya Ud. y haga su deber! - Voló Ibarra en apoyo del escuadrón argentino y en momentos en que se acercaba a los combatientes, mandaba Lavalle, con su voz “plateada y arrogante”, volver caras por pelotones y cargar al centro de los jinetes realistas, que esta vez se sostuvieron bravamente pero que, cuando vieron caer a sus más animosos oficiales, cedieron y se pusieron en retirada, siendo perseguidos por los granaderos y por los dragones de Colombia que, en número de 50, habían formado un escalón a la izquierda del escuadrón de Lavalle. En esta acción murió un granadero y otros dos quedaron heridos. Los realistas perdieron cuatro oficiales y 45 soldados. Con fecha 25 de abril, envió Lavalle un parte del combate al general San Martín, en el cual le relata los detalles del mismo y, con su proverbial modestia, hace resaltar el valor de sus subordinados, sin citar en modo alguno su descollante actuación que mereciera los elogios de Sucre y más tarde del mismo Bolívar. En un párrafo dice: “El coraje brillaba en los semblantes de los bravos granaderos, y era preciso ser insensible a la gloria para no haber dado una segunda carga”.- El general Bolívar, después de la batalla de Pichincha - 24 de mayo de 1822 - expidió un decreto, con fecha 18 de junio, concediendo recompensa a los vencedores y en el artículo 6º del mismo, dice que el 1º escuadrón “llevará el sobrenombre de Granaderos de Rió Bamba, si el gobierno se digna confirmarle el sobrenombre glorioso”. Por su parte el gobierno del Perú dictó un decreto el 7 de junio de 1822, que firman Trujillo y Tomás Guido, en el cual dispuso que todos los jefes, oficiales y soldados del escuadrón de Lavalle, llevaran en el brazo izquierdo un escudo de paño azul de forma oval. El correspondiente a los jefes era totalmente bordado en oro, el de los oficiales en oro la inscripción y en plata las palmas, el de los sargentos y cabos todo bordado en seda blanca y, por último el que debían usar los soldados en hilo del mismo color. En el parte que pasara el general Santa Cruz, también destacó la actuación del valiente jefe que desde ese día mereció el muy honroso mote de “León de Rió Bamba”, y en una de sus partes dice: “...el sargento mayor D. Juan Lavalle hizo en ese día prodigios de valor: su serenidad fue a la vez tan recomendable como su arrojo”. El combate de Río Bamba fue uno de los choques de caballería más estupendos y lucidos de la guerra de la Independencia. En él se quebró para siempre el prestigio de los jinetes españoles y se cimentó, una vez más, el de los granaderos, al par que se abrieron las puertas de la ciudad de Quito y, por consiguiente, se dio fin a la dominación española en el futuro Ecuador.-

1 comentario:

Unknown dijo...

El uno de los màs gloriosos, sino el màs glorioso, de los èpicos combates del granadero Lavalle, tanto de èl como de los 96 leones que lucharon con èl. Se lo puede comparar a Aquiles con sus mirmidones, en audacia , valor, y acometividad. La gloria màxima para el Regimiento de Granaderos a Caballo.